VI. Una semiótica de lo cotidiano

(Le Monde, Libération)

 

 

 

 

1.    Consideraciones tácticas

 

Si hay una cuestión comúnmente debatida en cuanto a las modalidades de la comunicación social tal como lo afirman hoy en día los grandes "medios", es la del grado de "objetividad" en la fabricación y la difusión de la información. Sin embargo, teniendo en cuenta que cualquier toma de posición que nosotros pudiéramos adoptar en este debate, si es que tuviéramos que comprometernos en él, correría el riesgo de ser muy frágil por falta de una definición suficientemente clara, dado el actual estado de cosas, de la noción misma de "objetividad". Admitamos mejor de entrada y a título de hipótesis -lo cual no sería sino por ahorrarnos una discusión epistemológica que nos alejaría demasiado del terreno del análisis semiótico propiamente dicho- que efectivamente el discurso de los "medios", a su manera, nos "informa". Pero no queremos decir, por supuesto, que lo que él da a leer o a escuchar sea necesariamente y siempre "verdadero", sino que nos "informa" en el sentido de que su lectura o su escucha-imprime globalmente una forma a la manera en que concebimos e incluso vivimos nuestro presente.

 

El periódico, más precisamente el diario, nos servirá de ejemplo para ilustrar esta perspectiva. Aunque en competencia con los otros canales de comunicación -pensamos en particular en la televisión- el periódico continúa afirmando su vocación de informarnos de todo, de política y de cocina, de moda, de literatura y de economía, de deporte, de entretenimientos, de filosofía, como si se tratara de saturar todas las dimensiones de nuestra presencia en el mundo. Pero al mismo tiempo, y más (o mejor) que muchos de sus rivales, el periódico se caracteriza por ser un instrumento excepcionalmente poderoso de integración de múltiples universos de referencia que él mismo toma por objeto.

 

Ahora bien, sobre este aspecto esencial, sobre la organización y la significación del periódico como totalidad, no se sabe en realidad, hoy por hoy, gran cosa. Esto no tiene nada de sorprendente, habida cuenta del carácter parcelador que generalmente poseen los estudios realizados en ese dominio: por hábito o por método, cada persona recorta el periódico en trozos, tal investigador se limita a una sección particular, tal otro a la forma gramatical de los títulos, haciendo abstracción del contenido de los artículos que encabezan, y otros atienden sólo a la descripción de las ilustraciones independientemente de los textos que las acompañan: tantas maneras de privilegiar el estudio puntual de las partes va en detrimento de una captación global de los efectos de sentido que pudiera resultar, justamente, de la coexistencia de las mismas.1 No siendo, por otro lado, menos culpables que otros de esta especie de "delito de prensa",2 sabemos bien que no faltan razones para justificarse. Siendo plural, el discurso del periódico, quizás más que ningún otro discurso social, se presta a una de las más grandes diversidades de acercamiento que atañen tanto a los contenidos ideológicos como a las estructuras narrativas o a las estrategias de discurso que allí se manifiestan. Pero aún resta la cuestión central, la que va a ocuparnos aquí: por encima de todas las interrogaciones parciales, ¿es posible concebir una problemática global que encare al periódico "tal como es en sí mismo", como totalidad de significación? Tres tipos de consideraciones --de tiempo, de espacio y de "persona"­ nos servirán de guía.

 

 

2.    Relato y discurso: dos formas de espera

 

Antes que nada, propondremos considerar al periódico como a una persona -una verdadera persona moral, se entiende-. Institucionalmente, es evidente: el periódico es una empresa que, como cualquier otra, actúa como una colectividad dotada de personalidad jurídica, de un estatuto y de una razón social que aseguran su individualidad frente al derecho y frente a terceros. Pero hay más: el periódico tiene necesidad de poseer también lo que se llama una imagen de marca que lo identifique en el plano de la comunicación social. Esto implica que una entidad figurativamente reconocible, más allá del simple reconocimiento jurídico, tome cuerpo detrás de su título: es necesario que el periódico se afirme socialmente como un sujeto semiótico.

 

He ahí lanzada una gran palabra, y en el momento mismo en que nosotros lo sabemos, el punto que abordamos resulta precisamente uno de aquellos donde nuestra "ciencia" es poca cosa, sobre todo comparada con el saber intuitivo de sus practicantes. Todos los lectores sienten -y los equipos de redacción trabajan para lograrlo- que cualquier periódico tiene un estilo, un tono, un "perfil" que lo definen y que, por vías cuyo análisis está aún apenas esbozado, hacen de él una figura social capaz de cristalizar de manera perdurable actitudes de atracción o de repulsión. Contrariamente a la mayor parte de bienes de consumo común, alimentario y de vestido, por ejemplo, que apelan a una perpetua movilidad de comportamientos de compra y de utilización (pues es necesario -imperativo social­ variar cotidianamente el atuendo como el menú), el periódico, objeto de comunicación, incita en cada individuo la compulsión inversa, exigiendo la repetición, halagando el hábito o la rutina, o, menos disfóricamente, una cierta constancia: como si, una vez que uno ha elegido su periódico, permanecerle fiel no fuera en suma más que seguir siendo fiel a uno mismo.

 

Para dilucidar la naturaleza y el funcionamiento de tal relación sería necesario desenredar las imbricaciones que parecen tejerse entre tiempo del discurso e identidad de sujetos. En un primer plano, el periódico ofrece las "noticias del día"; él produce pues un tiempo social objetivado registrando los "acontecimientos" en que se divide. Es ésa su parte referencial e "informativa", en el sentido usual del término, su manera de construir, sobre el modo de lo verdadero o de lo "atestiguado", una historia del presente. Pero simultáneamente, en otro plano, el periódico construye también, por la simple recurrencia de su enunciación, identidades sociales. Al tiempo contado, "enunciado", el del relato de los acontecimientos referidos, se superpone así un tiempo "vivido", tiempo de la enunciación (y de la recepción) del discurso que sirve de soporte a la constitución de la imagen propia del periódico como sujeto colectivo enunciante, y, correlativamente, sirve a la formación de un cierto "hábito" propio en la clientela que alimenta y cuya espera, sin duda, satisface cotidianamente.

 

Formalmente, esas dos temporalidades parecen obedecer a dos regímenes aspectuales distintos: episodicidad del relato, periodicidad del discurso, que determinan dos formas de espera y quizás dos tipos de contratos posibles entre un periódico y su público. Por un lado, dado que cuenta, y que lo hace por episodios diarios, el periódico requiere de la competencia semionarrativa de sus receptores y crea las condiciones de una perpetua espera sintagmática: espera que no se desprende solamente de la "curiosidad" (como se podría postular apelando a la psicología de los lectores, deseosos de conocer la "continuación de los acontecimientos") sino que es inducida estructuralmente por la simple distribución de la información en secuencias. Pues, si el número del día relata "el acontecimiento del día" -es decir, en términos de gramática narrativa, un hacer, una performance dada-, entabla al mismo tiempo un programa narrativo virtual que los números siguientes no podrán no actualizar: esquemáticamente, ¿cuáles han sido los antecedentes del acontecimiento (programa de manipulación presupuesto por el cumplimiento de la performance)? Pero, independientemente del suspenso así dispuesto por la organización sintáctica de su dimensión narrativa, el periódico es también objeto de una espera paradigmática ligada no tanto a la lógica de los acontecimientos relatados, sino al advenimiento que representa, en su periodicidad en principio inmutable, su misma aparición como retorno cotidiano del mismo "discurso".

 

Se puede, incluso, tratar de delimitar esas dos caras complementarias del periódico por otro medio, más cercano quizás a las prácticas de escritura y de lectura. Al tener que responder, antes que nada, día con día a la pregunta: ¿"Qué hay de nuevo en el mundo?", el relato periodístico valoriza por principio la irrupción de lo inesperado, de lo singular, de lo anormal... sin perjuicio de que luego vuelva a colocar lo sensacional en el hilo de una Historia que le da su sentido y lo devuelve a la norma, al orden de las cosas previsibles, en suma, a lo "cotidiano" -lo cual, es, sin embargo, a priori, la antítesis. Pero hay más. Pues la otra dimensión del periódico, aquella que reconocemos hablando del discurso que allí se desarrolla, tiene precisamente por principio asegurar de manera directa una plena y entera asunción de ese "cotidiano" mediante lo cotidiano: el periódico, en efecto, dice también lo esperado, lo común, lo trivial, y, hoy en día más que nunca, en la medida en que -sin hacer a un lado, por supuesto, el aspecto que recoge los ecos del vasto mundo, las noticias singulares provenientes de un más allá- abre cada vez más generosamente sus páginas al aquí y ahora, es decir, a la prospección y a la programación de lo "vivido" más inmediatamente por sus lectores: secciones de informaciones prácticas, testimonios, crónicas de humor, correo de los propios lectores, pequeños anuncios y anuncios de todo género, programas audiovisuales, horóscopos y pronósticos (meteorológicos, bursátiles, hípicos u otros), y desde luego inserciones publicitarias; espacios preparados con vistas a la manipulación de los estereotipos sociales que configuran la imagen de un Sujeto, normalizado por... y para la recepción misma del discurso "mediático". Es decir, cuantitativamente, en un cuarto, en un tercio, en ¿la mitad? del periódico "no pasa nada", pero se encuentra en cambio, multiforme y coherente, un discurso de atribución y, desde el principio, de construcción del público lector.

 

 

3.    Posiciones de lectura

 

Supongamos que aceptamos mantener estas pocas observaciones generales como base de reflexión, entonces una nueva cuestión se presenta y se perfila un esbozo de interpretación.

 

1) La cuestión es nuevamente la de la totalidad, pero ex­ puesta esta vez en términos mejor articulados: si el periódico es un todo y si, al mismo tiempo, los dos modos de aproximación de la cotidianidad que nosotros hemos creído mostrar se afirman efectivamente el uno al otro, ¿cuál es en ese caso el tipo de relación cualitativa -de equilibrio, de tensión- que se establece entre estos dos componentes? La cuestión, expuesta así, nos obliga a pasar a un plano más analítico, pues la manera de resolverla depende de las elecciones propias de cada periódico, tomado en particular. En este punto, nos limitaremos a poner de relieve dos grandes tendencias, una característica de lo que se llama la prensa de "prestigio", del tipo Le Monde, y otra más específica de la "nueva prensa" o de la "prensa joven" (¿de vanguardia?), del tipo Libération.

 

En el primer caso, mediando sin duda cierta esquematización, se asiste actualmente a un fenómeno de invasión del relato por el discurso, en el sentido en que los términos han sido empleados más arriba. Bajo su forma clásica y como su título lo indica, el "periódico de referencia", que nos sirve aquí tan naturalmente de referencia, se quiere el testigo y el cronista del mundo: del mundo a la vez como universalidad y como objetalidad, si se puede decir. Estos dos rasgos no se definen, seguramente, como absolutos sino por oposición a la tendencia localizante y subjetivante, por otro lado característica del discurso. Sostenido éste simultáneamente a partir de ese momento por el diario de la tarde, aunque de un modo menos frontal o menos seguro. Discurso a medias camuflado, que permanece hasta el presente en el fondo de sus páginas interiores y sus suplementos semanales. Por cierto, ni el "Boletín" de la primera página, ni las secciones internacionales, políticas o económicas que le siguen –donde las formas canónicas del relato periodístico a la manera de antaño se mantienen intactas, excepto algunas variantes estilísticas- ofrecen, sea como sea, más lo "objetivo" (en el sentido vulgar del término) que, por ejemplo, el "en vivo", deliberadamente personalizado de la última página o de las otras secciones (del tipo "Hoy", "Sociedad", "Entretenimientos", etc.), abiertas al discurso periodístico nueva onda, el de una modernidad (¿o de una "posmodernidad?") captada en directo y de "lo vivido". Por el contrario, lo que llama la atención cuando uno pasa de una a otra de esas dos caras del mismo periódico, y lo que determina aun hoy en día -pero quizás no todos los días- la especificidad de su figura exhibida, es la envergadura -"mundial", precisa­ mente-- del horizonte de referencia que allí se expone y correlativamente el tipo de lector que se construye: un lector desprendido, de alguna manera, de su propia "subjetividad", o al menos cuya competencia como receptor de informaciones se constituye en el gesto mismo de una objetivación del mundo tomado como objeto de conocimiento y como campo de acción.

 

En el plano figurativo, un "rol temático" fácilmente reconocible corresponde al perfil de ese lector tipo, el lector altamente responsable: -gran dirigente de empresa, alto funcionario, hombre de Estado, etc.-. Por supuesto, ello no quiere decir que todo lector del diario en cuestión (o de sus homólogos) pertenece efectivamente a esas "altas esferas". Para poder leer la actualidad bajo la forma objetivante que ese 'tipo de periódico se esfuerza por hacer sobrevivir, al menos hace falta asumir de alguna manera una posición de lectura bien definida, en conformidad con un conjunto de simulacros emitidos por el periódico y su­ puestamente representativos de la competencia específica de sus lectores: esto, en oposición a los modelos de competencia alternativos provistos por otros periódicos y en atención a otros lectores posibles. Es lo que ilustra bastante bien este dibujo de Plantu, mostrando cómo la construcción de la imagen de marca del periódico pasa por la constitución y el reconocimiento social del simulacro de sus lectores, figurado literalmente por su "posición" de lectura:

 

Dibujo de Planto en Le Monde, 22 de enero de 1985.

 

La prensa "alternativa", puede sospecharse, no se queda atrás. Ella también, con la ayuda de títulos no menos sugestivos, anuncia de entrada su propósito: ¡liberación! Pero ¿para liberar a quién? ¿Y de qué? El contexto permite apenas vacilar: es para nosotros, lectores de periódicos, que se procura el bien. Pero entonces, ¿de qué somos prisioneros sino, precisamente, de las convenciones de lectura que el "periódico de referencia" impone a su público, como someramente hemos visto? Si tal es el caso, un título menos contundente pero más explícito como, por ejemplo, El Lector Liberado, en el fondo, también habría podido convenir muy bien. Pero cómo no establecer, pues, la relación con El Parisino Liberado, testigo de una época pasada donde, para un nuevo periódico (sean cuales fueren por otro lado sus orientaciones políticas), era aún cosa normal marcar con todas sus letras su inscripción en una Historia cele­ brando hasta en su título el acontecimiento referencial, el hecho narrativo que lo fundaba: la liberación de París. Por contraste, lo que la modernidad nos ofrece como título de "liberación" es un puro hecho de discurso que, en lugar de referir al tiempo y al espacio objetivos de una acción por siempre conmemorada, se cierra sobre la celebración auto­ referencial -y quizás ilusoria, pero ésa es otra cuestión­ de los lazos intersubjetivos que unen hic et nunc a los propios protagonistas de la comunicación que se está llevando a cabo: nosotros, periodistas que escribimos para ustedes, y ustedes, compradores que nos leen, somos, por el contrato mismo que nos reúne, "sujetos liberados".

 

2) Semejante estrategia, evidentemente, no tiene sentido, y no tiene oportunidad de ser creíble más que en ciertas condiciones precisas. Sin duda no es perceptible más que en el interior de un universo intertextual bien delimitado, donde se encuentran a lo sumo dos o tres posiciones de escritura y de lectura, convenidas y reconocibles por todos. Además, en un contexto de ese tipo y hablando con propiedad, nada se crea, toda nueva forma de discurso susceptible de hacerse comprender no puede resultar sino de la transformación de alguna forma anterior situada, experimentada y reconocida. En síntesis, aquí como en otros lados, en materia de discurso social todo lleva a pensar que lo "nuevo", para ser recibible, tiene que apoyarse en lo ya recibido, aparte de subvertirlo. A este esquema corresponde, nos parece, el sistema de relaciones observables entre los dos grandes tipos de periódico que hemos visto, el segundo de los cuales surge en la existencia social en razón de las tensiones que mantiene, en su  forma, con el régimen discursivo de la prensa "establecida".

 

Esas tensiones, hechas a la vez de similitudes y de inversiones, aparecen más o menos en todos los niveles. Para nuestro propósito será suficiente dar algunas indicaciones sobre ellas. En el plano más superficial, el de la paginación y del ordenamiento de las secciones, todo ocurre como si Libération simplemente reescribiera el periódico Le Monde, pero retomándolo por el final: hechos diversos en primera plana, por poco que la ocasión se preste, o hechos de "sociedad" (droga, habitación, familias, higiene y salud -¡el tabaco!-, y todo rebautizado "Acontecimiento"); luego, economía, medios, cultura; y al final, casi relegadas al último plano, vida política y actualidad internacional, como si, para substituir al diario "instituido", fuera necesario primero substituir lo mundial por lo local, lo general por lo inmediato y lo anecdótico, lo público por lo privado, etc. Lo cual, desde luego, este periódico no lo hace hasta el fondo, o no categóricamente: las estrategias son en efecto más complejas. Así como Le Monde, privilegiando totalmente el enunciado narrativo objetivado, Libération da lugar también al discurso (normativo) de lo vivido pero tomándolo de alguna manera bajo tutela; incluso, o más bien simétricamente, privilegia en su conjunto una atención intimista dirigida a las subjetividades pero no renuncia, sin embargo, en bloque al punto de vista objetivante que requiere la construcción de una visión global de lo político. Pero tiende, entonces, sistemáticamente, a ubicar su propio discurso bajo el signo del sarcasmo: informa y comenta el acontecimiento "importante", los grandes momentos de la vida nacional, los gestos de los hombres de Estado, etc., todo eso al modo de un espectáculo que nos es ofrecido desde muy lejos, actuado, sobre un escenario que no es el nuestro y que se presta de entrada a la caricatura y al retruécano. En compensación, no se ríe -pero el hecho es tan esperado que resulta en sí mismo poco significativo- y no nos hace reír de los hombres anónimos: sucede que para este periódico sus trajines y sus infortunios son también, virtualmente, los nuestros; y es evidente que ellos proporcionan al periódico inagotables pretextos para encuestas profundas, testimonios en directo y entrevistas de largo aliento.

 

En definitiva, lo que resulta de esta rápida reflexión no es tanto la evidente inversión de valores que opera el diario de la mañana con respecto al de la tarde (donde lo banal se convierte en lo notable), sino la redefinición del punto de vista y de la distancia de las cosas que esa inversión supone: focalización sobre lo íntimo y distanciamiento irónico en relación con el resto. Es claro que, para dar en el blanco, tal dispositivo de enunciación supone, por parte del público que tiene en la mira, la disposición de asumir un simulacro de su propia competencia temática totalmente distinta de la precedente: no más la imagen del "gran responsable", a la vez hombre de acción y ciudadano del mundo -por supuesto, tampoco la del "irresponsable", pues nuestra prensa de vanguardia no tiene ese tipo de humor, o esa audacia-, sino simplemente la del nuevo, del modesto, y, por supuesto, joven padre de familia, garantía de su propia circunstancia social y de la felicidad de sus prójimos.

 

 

4.    Interdiscursividad

 

Puesto que nos hemos fijado como meta comprender mejor cómo, de la yuxtaposición de voces tan heterogéneas que se entremezclan en el interior de todo periódico, se desprende al fin, aunque misteriosamente, la producción de un tono, de un estilo, de un efecto de sentido global del que cada órgano periodístico extrae su propia identidad, hemos creído poder reconocer un principio de explicación, que merece al menos discutirse, en la tensión que se mantiene constante­ mente entre una manera objetivante de relatar la cotidianidad y una manera subjetivante que pasa, al contrario, por su puesta en discurso. Esta relación elemental nos parece fecunda en dos niveles.

 

Antes que nada, dicha relación permite dar cuenta de los principales problemas que afronta, y de las soluciones que adopta un periódico específico con vistas a la definición de su propio modo de escritura y, correlativamente, de su imagen y de su público. Pero debería permitir también ahondar el universo del discurso periodístico, en su conjunto, como un todo cuyas partes --es decir, cada periódico tomado en sí mismo- se interdefinen en virtud del mismo principio de tensión entre una manera "de escribir" discursivamente la cotidianidad y una manera de "describirla" narrativamente.

En esta óptica, y para terminar, sólo quedaría verificar si los periódicos que no provienen ni de la prensa de prestigio ni de la de vanguardia, que son los más numerosos, justifican los criterios que nos proponemos. Aun cuando no sea éste el lugar para emprender la demostración, nos inclinamos a pensar que sí, es decir, a considerar que un poco a la manera de los mitos, los periódicos en conjunto '"se piensan entre sí" y forman un sistema. Para dar una muestra de ello, intuimos por ejemplo que las dos clases de periódico que hemos tratado no hacen más que interdefinirse mutuamente, pero ambas se constituyen al mismo tiempo por referencia al menos a otros dos elementos que forman parte integrante del mismo sistema: o sea, por un lado el periódico oficial, polo indiscutible -pero periodísticamente insostenible- de la objetividad en sentido estricto ( dado que da cuenta no del orden de lo "real" sino de lo textual, ya constituido semióticamente), y con relación al cual la función objetivante del Mundo se define de alguna manera por defecto; y, del otro lado, la prensa "de sensación", donde, como su nombre lo indica, se cultiva el puro estado de ánimo, donde lo "cotidiano", vivido sólo sobre el ángulo de la pasión -miedo, odio o deseo--, no es más que pretexto para la exaltación de subjetividades: resultado extremo, e indigerible en razón misma de su exceso, de esta "liberación" íntima por otro lado tan altamente predicada por el periódico del mismo nombre.

 

Cuatro voces es más de lo que hace falta para formar un  sistema de discurso social. Y es ya casi demasiado para que puedan cohabitar en paz -a menos que una de entre ellas pronto llegue a dominar y que, por ello, otra esté ya extinguiéndose muy quedamente.

 

 

 

 

EN:     Eric Landowski. La sociedad figurada. Ensayos de sociosemiótica. FCE y Univ. De Puebla. México, 1993.