Touring Out

La cita era a las 11.30am en la parada del metro bus en Altamira, pero a ultima hora hubo un giro inesperado en nuestros planes, y acabamos embarcándonos en un viaje que no imaginábamos que acabaría de este modo. Resulta que nos íbamos a encontrar con unos amigos pero se sumo al clan la madre de uno de ellos, lo que sería Altamira terminaría siendo Lecherías. ¿Cómo sucedió todo esto? Pues bien, resulta que la señora tiene propiedades en la zona y nuestro desconocimiento del estado de las vías (por eso de la autopista del centro) nos hizo lanzarnos vía valle-coche para llegar allá. Para nuestra sorpresa, antes de llegar al peaje unos efectivos de la Guardia Nacional nos indicaron que el camino estaba cerrado. A falta de mas información, decidimos irnos por otro camino, esta vez seria la vía Panamericana.

Todo estaba bien hasta el Km 18, donde comenzó el congestionamiento en ambos sentidos. Nosotros, inocentes, seguimos nuestro camino pasando San Antonio y Los Teques, cual va siendo la sorpresa que la cola se hacia mas y mas densa, pero por ser invitados no podíamos dar la simple vuelta en U y valientemente tuvimos que asumir en lo que nos estábamos metiendo.

Luego de mucha carretera y de pasar CC La Cascada nos encontramos en una vía sin salida, donde no se podía seguir adelante para tomar una vía alterna ni volver atrás hacia Caracas, de modo que seguimos hacia nuestro terrible destino.
Con calor y al ritmo de Olga Tañon (a nuestro disgusto) llegamos al sitio en cuestión. Al llegar nos llamo la atención una perrita que tenían encerrada en la parte alta de la propiedad. Al parecer era muy nerviosa, tanto que la pobre no paraba de chillar, no sabemos si por nuestra presencia o por la situación tan precaria en que se encontraba.

Las fotografías fueron tomadas y al momento estábamos listos para irnos. Sin querer mirar atrás para salir lo antes posible de aquel lugar perdido decidimos tomar la vía hasta El Consejo para llegar a la Colonia Tovar, con intenciones de devolvernos por El Junquito.

Todo iba de maravilla, pese a los inconvenientes que presentan las lomas para llegar hasta allá. Al estar en el pueblo, bajamos para estirar las piernas, cansados por un camino pesado y esperando que el celular no sonara para no tener que alertar a nuestros progenitores de las extrañas coordenadas donde estábamos (se suponía que solo íbamos a ir a Altamira). Entre el pedido de una salchicha polaca y la búsqueda de un baño se nos fue el poco tiempo que estuvimos ahí. Nuevamente abordamos nuestro transporte, con la ilusión de que el plan resultara, es decir, salir huyendo por el Junquito hacia Caracas.

Todo iba como estaba planeado, no había mucha cola bajando de la Colonia, el clima agradable, no estaba lloviendo, en fin, todo demasiado bueno para ser cierto. Pero antes de que digiriéramos la idea de que todo saldría bien nos golpeo una cola inesperada, y a pesar de intentos de tomar el carril contrario y correr contra el tiempo no hubo avance en nuestra iniciativa y sin mas…sin pensar demasiado, y por decisión de la mayoría dimos vuelta en u hacía La Colonia nuevamente para encontrarnos con un caminito, que nos prometía llevarnos a La Guaira.

La montaña que habíamos subido, era la que bajamos nuevamente, hubo momentos donde se pensó en silencio que hubiese sido mejor soportar la cola de El Junquito, pero ya era demasiado tarde para arrepentimientos. Ya con el sol ocultándose, y aun sin saber a ciencia cierta si lo que hacíamos era lo correcto se siguió adelante, con la esperanza de llegar a casa antes de que la noche fuera declarada. Nos topamos con el pueblo de Carayaca; en medio de todo sirvió de aliento ver el mar y todas esas casitas anunciándonos que ya no estábamos solos.

Aun así quedaba una gran pendiente por bajar, en un pueblo casi a oscuras y con un camino repleto de huecos. Minutos después nos encontramos frente al balneario de Catia la mar, ya las lucecitas no se veían tan lejanas y nuevamente nos sentimos en el camino correcto. Subimos hasta Maiquetía, hicimos pausa en la bomba a llenar un tanque y vaciar otros, felices por estar a tan solo 20 minutos de Caracas; cuál sería nuestra sorpresa al ver que a 30 metros del peaje nos incorporaríamos al gran estacionamiento ¨ andante ¨ (valga la…?).

Ya estábamos allí y no daríamos vuelta atrás pese a lo poco esperanzador que era el panorama: cavas afuera, gente instalada tomando como si la noche empezara para la rumba, y peor aun…motores apagados. Milagrosamente empezamos a avanzar; la travesía de los dos primeros túneles fue casi eterna, pero vimos luz al final de dos kilómetros cuando la gente empezó a acelerar y dispersarse.
Nunca Catia se vio tan linda; llena de luces e indicándonos que estábamos ya en casa. Al llegar a Plaza Venezuela las parejas se separaron, una con una mamá a cuestas y la otra (nosotros) en lo nuestro. Es una de esas experiencias que no sabes si pasaron, o si solo fueron uno de esos sueños bizarros.